El Peregrino

Durante la

miércoles, 11 de enero de 2012

El cubo del imaginario

Desperté rodeado de blanco, blanco arriba, blanco abajo y en todo mi alrededor, no había nada, aunque de la nada empezó a surgir todo, un todo que se transformaría en el universo dentro del cuál me encontraba inmerso.
Estaba acostado, bueno, siendo sinceros recargado, recargado sobre una forma sin silueta que no alcanzaba a explicarme a que naturaleza pertenecería, aunque de a poco fue diluyéndose, diluyéndose como las lágrimas de una mujer que sonríe, como se diluye el tiempo entre nuestras manos, de esa manera se fue diluyendo aquella forma hasta alcanzar tonos ocres y negros, entonces me percaté de su textura, rugosa y dura, y sin embargo con un brillo singular, como aquél que presentan las viscosidades con las que se suelen expresarse aquellos que  son sensibles. Podría decirse que era un árbol, seco y brillante, pero al fin un árbol, apenas y distinguía una pequeña figura sobre alguna de las ramas, asemejaba a una mancha caída, no, era un cuervo mudo que no alcanzaba a graznar a través de ese aire aceitoso que se respiraba por todo el lugar.
Para mi sorpresa, de igual manera que el árbol descubrí el suelo sobre el cuál estaba, había tierra y un plantío enorme de mazorcas, tan grande que mi vista no daba cuenta de su final, este al igual que el árbol estaba seco y listo para ser tumbado y quemado, sin embargo había algo curioso entre las mazorcas, el suelo y el árbol, todos parecían hechos del mismo material, una extraña resina que olía a aceite y muy probablemente no fuera plástico.
Poco más tarde apareció ante mí un cielo completamente nublado, a juzgar por como se veía el lugar y la iluminación podría apostar que se trataba de un frío día de otoño, aunque curiosamente la temperatura no fuera del todo fría, aunque en cierta forma el ambiente si lo era, en especial por la última figura en aparecer, no me sobresaltó dado que formaba parte del entorno, aunque me intrigaba tanto su existencia como su ser; ante mí había en un pequeño camino de tierra, seguramente gastado por el paso de carretas y carromatos los cuales nunca vi pasar, ante ese pequeño camino había un inmenso cubo blanco, no alcanzaba a juzgar bien si se trataba de un cubo de metal o granito, al tocarlo presentaba la misma textura que el árbol, las mazorcas e incluso el cielo, todo esto me resultó en absoluto intrigante, en especial al ver que el dichoso cubo parecía desvanecerse hacia su centro, mostrándose vacío y transparente en su interior, solamente se veían las aristas y los bordes enmarcados contra el cielo y el suelo, pero sus caras se desvanecían como se desvanece el vaho en los vidrios y espejos.
Más que el cubo y su existencia lo que me intrigaba era la dichosa substancia de la cuál estaba hecho todo, inclusive llegue a pensar que también formara parte de dicho universo y por tanto fuera constituido de esa materia aceitosa, sin embargo después de examinarme descubrí que no, de hecho mis presencia dentro de ese universo era efímera, así como las ideas y los sueños lo son en la mente de los hombres, yo parecía ser el sueño de este universo dentro del que estaba inmerso, un universo carente de profundidad, un universo estático, donde el viento pareciera soplar pero solo mantiene a cientos de hojas estáticas flotando en el firmamento, un cuervo que pareciera tener vida pero vive en un constante presente donde no alcanza a terminar su graznido mudo, y, un universo donde existe un cubo que se desvanece hacía su interior y cuyo material de formación me es difícil expresar, e incluso resulta no saltar a la vista común dado que se acopla perfectamente al universo al que él pertenece.
Mis pies y la intriga me obligaron finalmente a pararme, necesitaba explorar dicho universo y descubrir que se escondía tras el material viscoso que enmarcaba todo el universo, grande fue mi sorpresa y fui presa del espanto al descubrir que detrás de ese material viscoso que era la esencia de todas las cosas no había nada, debajo de todo el material que daba existencia al cubo a las mazorcas, al cuervo y al árbol había nada, una nada áspera, áspera y blanca, de un blanco sumamente luminoso y puro, -quizás sea el cielo- pensé para mis adentros mientras esperaba la llegada de Dios o algún santo que viniera a rendirme cuentas de mi vida.
En ese momento toqué la nada, y la nada me tocó, su aspereza asemejaba un patrón de cuadros, y pude ver dentro de cada uno cientos de filamentos entrelazados, me alejé un poco para poder apreciar aquél diseño que me era a todas luces inusual, entonces descubrí... aquél patrón sobre el cuál existe el universo del cubo, el árbol y las mazorcas es un velo firmemente tensado por alguna concepción mayor a mí propia pensar; entonces lleno de emoción, emoción como la de un científico que acaba de descubrir una ley corrí hasta ese universo de aromas aceitosos y formas brillantes, y acercándome con delicadeza a cada ser me dí cuenta de cuál era la materia que les daba vida, una materia cuya esencia es de un fuerte hedor, una esencia no natural sino transformada.
Corría el año de 1967, precisaremos la fecha al 15 de abril de 1967, Rene Magritte, pintor surrealista belga lleva treinta años de vida tranquila en Bruselas luego de su huida de París evitando el ambiente polémico que en ese entonces existía. Magritte, ya viejo y tranquilo decide pintar el que sería su último cuadro, un arduo trabajo y lleno de oscuridad a diferencia de sus obras comunes, quizás retomando elementos del pasado, el recuerdo de su madre suicida y su amiga del cementerio. 
Vemos entonces a Magritte pensando en su cuadro, un cuadro frío y sombrío, donde la realidad y la ficción se dieran la mano en un realismo mágico que tanto lo caracterizó.
Magritte trabajó en su cuadro durante cuatro meses, sin embargo por extrañas causas este nunca salió a la luz, inclusive después de su muerte en agosto del mismo año.
Algunos dicen que fue robado, otros que el mismo Magritte desesperado ante la fuerza de su obra la prendió fuego poco después de consumarla; nadie sabe la realidad, solo se sabe que murió poco después de su creación. Del dichoso cuadro nada se sabe, mucho menos su contenido y su ejecución, solo algunos dicen saber de él, muy pocos, dicen que tenía un título, y ese era "El cubo del imaginario"